Por Néstor Estévez
Como cada 16 de agosto, la mayoría de la gente espera cambios en las dependencias gubernamentales.
Aunque el cambio es lo único constante, el estilo de la mayoría de los gobernantes que hemos tenido en República Dominicana ha convertido en costumbre que tanto 27 de febrero como 16 de agosto sean fechas en las que mucha gente “limpia su escritorio, por si las moscas”.
Sin importar que en algunas gestiones se ha intentado romper con esa modalidad, la costumbre sigue adquiriendo fuerza de “jurisprudencia”.
De cara al 16 de agosto son abundantes las conjeturas. Con todo y que se ha cambiado a funcionarios recientemente, se sigue a la espera de lo que pueda ocurrir.
Es así como muchos llegan a la osadía de atreverse a redactar desde listados hasta “decretos”. Como ya sabemos, eso sirve para diversos fines: desde poner a la vista a alguien que parece estar muy olvidado, y a quien se desea promover, hasta “calentar” a quien se le tiene ciertas ganas, para “quemarlo”.
En ese sentido, recientemente ha salido a relucir el tema de la correlación entre políticos y técnicos en la administración pública. Lo cierto es que, aunque de entrada podría tratarse de enfoques diferentes en el servicio público, hace un buen tiempo que desde muchos sectores se ha descubierto el “sentido de oportunidad” que representa la cercanía con ciertos grupos políticos.
Así es como ha nacido el denominado “sector externo” en la actividad partidaria. Eso ha abierto las puertas para que personas, en primera instancia, alejadas de la actividad político partidaria expresen su apoyo a determinadas candidaturas. Pero también las ha abierto a ciertas apetencias, en muchos casos, desmedidas.
Y ahora, recordando al Chapulín Colorado, ¿quién podrá defendernos? Lo número uno es que la actividad política es la manera más civilizada, salvo los casos que provocan enorme vergüenza, para conducir una sociedad. Lo número dos es que las habilidades para conducir deben ser acompañadas por el conocimiento de temas que son básicos para el bienestar particular y colectivo.
Esos dos aspectos sirven de soporte para las alianzas entre técnicos y políticos. Pero, ¿es suficiente con esas alianzas y con equilibrar la correlación? La respuesta más atinada es que depende. Depende del posible disfraz que se use, pero principalmente depende de la capacidad de las fuerzas vivas para mantenerse vigilantes y para hacer valer todo lo que da sentido a la democracia.
Solo la participación activa garantiza el equilibrio de que precisa la democracia para que nos entendamos y avancemos con sostenibilidad. Por más cambios de rostros que haya, máxime en un país en donde también se ha hecho costumbre que cada quien venga “con su librito”, la necesaria transformación implica asumir roles más activos.
Las experiencias deben servir para que aprendamos. Ningún gobierno puede (ni debe) resolverlo todo. No todo el dinero se gana. El verdadero conocimiento es el que está abierto a los cambios. Y un pueblo adormecido solo tiene como destino su extinción.
Las experiencias deben servir para entender que necesitamos más cambios. Las experiencias deben servir para identificar las diferencias entre entretenimiento, con claro o disimulado desvío de lo esencial, y las transformaciones que requerimos para mejorar como sociedad.
Con el gobierno dirigiendo, el sector privado comprometiéndose, el área del conocimiento orientando y la sociedad participando, la maquinaria de los cambios adquiere sentido. A partir de ahí, el reto consiste en construir consensos y alianzas para que el ejercicio democrático también adquiera sentido y se evidencie el auténtico avance.